He sido mi historia, la recuerde o no...
A lo largo de mi existencia, he acumulado un sinnúmero de creencias que condicionan la forma como experimento mi realidad.
Al contrastar mis emociones con mis razones, he hallado que muchos de mis límites no son más que limitaciones ancladas a creencias infundadas. Creencias adquiridas de adultos en quienes confié al sentirme un infante inexperto y ver la edad como un símbolo de sabiduría.
Adquirí el reflejo de confianza, olvidando el valor de la autoconfianza, prefiriendo preguntar y aceptar antes de cuestionar o cuestionarme.
Una vez habituado a este reflejo, me vi obligado a someter y forzar mis emociones y sentimientos a él, llenando mi mundo de desconcierto y desasosiego.
Cuando la confusión y la amargura fueron tan grandes, sentí perder el sentido de mi existencia, llevándome a preguntas “sin respuestas”.
¿Qué hago aquí? ¿Para qué nací? ¿Qué hago conmigo, con mi vida? ¿Quién soy yo? ¿Para qué existo?
Todo esto dio vueltas en mi cabeza, hasta que decidí tomar la acción de refutar y refutarme.
¿Verdades absolutas? Incluso la ciencia se basa en supuestos que cambian con las generaciones. La verdad relativa es convenida.
¿Por qué no acudir a mi subjetividad, a mis experiencias, a mis deducciones, a mi sentir?
¿Por qué evito darme importancia en el conocimiento tanto como me la doy en el sufrimiento?
Evaluar mis creencias amplía mi mundo, erradicando limitaciones injustificadas y mostrando que los límites están tan lejos como cualquier verdad absoluta; tan inciertos como el que muere al caer de un edificio y quien se salva cayendo de un avión.
Si tomo acción en mi presente, con la sabia evaluación de mi pasado, creo un futuro tan amplio y diverso, digno de experimentar, haciendo mis días grises multicolor, y me permite abrir puertas que en el pasado creí inexistentes.
Paul Breiner. Entrenador Ontológico